viernes, 22 de febrero de 2008

El juego de la Oca


El día 26 de febrero tendremos el placer de conocer, saludar y preguntarle todo lo que queramos a Marta Zafrilla, escritora murciana, cuyo libro "Mensaje cifrado" hemos leído este trimestre, y que fue ganador del premio "Gran Angular" de literatura infantil y juvenil, basado en el juego de la Oca.

¿Cómo se juega a la Oca? Pues es bien fácil, como la vida misma. Y no lo digo irónicamente, sino con el sentimiento más sincero. Aparentemente sencillo, cada cual le busca la complicación que quiere o puede. La prueba es que los niños lo juegan, pero luego lo usan los escritores para sus novelas; o se investigan sus orígenes misteriosos y esotéricos, llevándolos a la misma Creta con su laberinto, a los ritos de iniciación templarios, o a relacionarla con el Camino de Santiago en sus aspectos más mágicos y secretos.

Para jugar a la Oca hace falta un tablero decorado con una espiral dividida en casillas numeradas. Cada casilla contiene un dibujo significativo. Cada jugador está representado por una ficha o peón de un color (a veces son pequeñas ocas de madera, como las que se ven en la foto de la entrada) y su propósito es ir avanzando por la espiral, salvando todos los obstáculos posibles, hasta el final, donde le espera el triunfo; las fichas, hay que decirlo, se mueven guiadas por el azar de unos dados. Un juego de recorrido y azar en el que hay que vencer obstáculos o aprovechar la suerte para avanzar hacia una meta. O sea, la vida misma o una buena parte de ella. A lo largo del recorrido encontraremos catorce casillas que representan una oca. Esa oca nos lleva a otra, a la voz de “De oca a oca y tiro porque me toca”. Al menos en España se hace así. En otros países seguramente se dirá otra cosa o nada, pues este juego se extendió, al parecer desde Italia, desde la mismísima corte de los Médicis en Florencia, hacia toda Europa, donde conoció una gran fortuna y éxito, tomando diversos nombres (“juego de los Monos” le llaman los alemanes, por ejemplo), y aprovechándose para diversas enseñanzas de carácter moral, político, religioso, y otras cosas que dicen que la gente tiene que aprender, y que mejor jugando que a palos. Los ingleses, por poner un ejemplo ilustrativo, dado su gusto por escaparse de aquellas islas tan húmedas y mohosas, yéndose de viaje por esos mundos de Dios, mucho más secos y cálidos, redujeron el juego de la Oca a un recorrido geográfico, más que nada porque la infancia no perdiera la esperanza de salir de allí, mostrándoles que al otro lado del Canal de la Mancha había algo más. Con razón en la corte medicea le llamaron “el noble juego renovado de los Griegos”, porque tenían el convencimiento de que los griegos habían sido los grandes pedagogos de la historia. De hecho, hay quien piensa que el famoso disco de Festos, encontrado en las ruinas de Creta, es en realidad el tablero más antiguo del juego de la Oca que se conoce, y hasta quien se atreve a decir que el jueguecito se inventó en la guerra de Troya. Se supone que se lo inventaron los troyanos, aburridos del asedio, ya que los griegos estaban muy entretenidos asediando y construyendo caballos de madera.

Sin embargo, corresponde a España –y olé– la primera huella segura del juego. Un tal Alonso de Barros, que estaría aún más desocupado que los troyanos, escribió un pequeño manual para jugar a la Oca, nada menos que en 1587. Podría haberse esmerado y sacar el manual en algo que acabara en nueve. Lo malo es que el tablero se lo comieron los ratones y no queda ni rastro, así que nos quedamos sin saber si era un tablero en espiral o haciendo ondas o en cualquier otra forma caprichosa. Sí es seguro que tenía 63 casillas. Para nuestro desdoro son nuestros vecinos por el Norte –o sea, los franceses– los más cuidadosos en conservar un tablero de Oca: corresponde tal honor a los herederos de un impresor, Benito Rigaud, en 1599 –¡vaya!- o 1600 –¡vaya otra vez! Como ya se ve que los franceses lo guardan todo bien guardado, tienen un interesante museo del Juego de la Oca en Rambouillet.

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