jueves, 24 de enero de 2008
Princesa melancólica
Este es un dibujo de Fuensanta. Es una melancólica princesa que se refleja en el agua de un lago. Es una imagen muy poética. Fuensanta dibuja muy bien y tiene creatividad. Si sigue así, de mayor será pintora. Eso esperamos todos.
lunes, 21 de enero de 2008
Emilia Pardo Bazán
Hemos leído un cuento de esta novelista española que también escribió poemas y crítica, introductora del naturalismo en España. Nació en A Coruña. Era hija de los condes de Pardo Bazán, título que heredaría en 1890. Recibió los estudios elementales propios de una mujer de su condición social, pero su avidez por saber y una autodisciplina autodidacta y sistemática hicieron que se convirtiera en una mujer culta y experta en diferentes disciplinas humanistas. En 1868 se casó con José Quiroga y el matrimonio se trasladó a vivir a Madrid desde donde hacían frecuentes viajes a Francia, Italia, Suiza, Austria e Inglaterra; sus impresiones las dejó reflejadas en libros como Al pie de la torre Eiffel (1889), Por Francia y por Alemania (1889) o Por la Europa católica (1905). En 1876 doña Emilia publicó su primer libro, Estudio crítico de Feijoo, y una colección de poemas, Jaime, con motivo del nacimiento de su primer hijo. Su primera novela, Pascual López. Autobiografía de un estudiante de medicina, la publica el año del nacimiento de su hija Blanca, en 1879. La publicación de la novela Viaje de novios (1881), según la crítica, la primera novela naturalista española, aunque la autora lo negara, fue el año en que nació su tercera y última hija, Carmen. Una hepatitis la lleva al balneario de Vichy, en 1880, donde coincide con el escritor francés Victor Hugo y mantienen largas conversaciones sobre literatura que le hicieron variar el rumbo de su escritura. Era una mujer muy culta y de vigoroso talento y de 1891 a 1893 publicó la revista Nuevo Teatro Crítico, redactada por ella en su totalidad. En 1896 viaja a París y allí conoce a Émile Zola, Alphonse Daudet y los hermanos Goncourt; fue también por esa época cuando leyó a los novelistas rusos que tanto influirían en su obra. Pero, además de escritora también tuvo una actividad social y política importante pues fue consejera de Instrucción Pública y activista feminista, actitud que en la actualidad se está revalorizando. Desde 1916 hasta su muerte fue profesora de Literaturas románicas en la Universidad de Madrid, cátedra que se creó para ella.
Después de La tribuna (1883), novela proletaria que tiene como protagonista a una obrera de la Fábrica de Tabacos de A Coruña, encontró el medio más apropiado para su naturalismo en el campo gallego, donde sitúa la acción de su obra más típica y estimada, Los pazos de Ulloa (1886). Historia y naturaleza, religiosidad medieval y paganismo, violencia y sensualidad, feudalismo y barbarie, ciudad y campo, son los elementos temáticos que la novelista combina en un panorama muy bien trabado de la vida rural gallega, en la que intervienen también factores económicos, políticos y eclesiásticos. La madre naturaleza (1887) es el relato de una atracción incestuosa y prolonga algunos de los personajes de su novela anterior. Insolación y Morriña, ambas de 1899, suponen el final de su periodo naturalista. La influencia de la novelística rusa, planteada teóricamente en su ensayo La revolución y la novela en Rusia (1887), queda patente en sus novelas La quimera (1905) y La sirena negra (1908). Su labor como crítica también fue importante. La cuestión palpitante (1882-1883) es una colección de artículos —algunos de los cuales ya había publicado en revistas— en los que trata de explicar su posición ante el naturalismo y provocó un gran escándalo. Era una mujer noble, católica y casada, y la sociedad puritana de la época no entendía ni aprobaba que defendiera los planteamientos de Zola pues aunque criticara las cuestiones antirreligiosas
Después de La tribuna (1883), novela proletaria que tiene como protagonista a una obrera de la Fábrica de Tabacos de A Coruña, encontró el medio más apropiado para su naturalismo en el campo gallego, donde sitúa la acción de su obra más típica y estimada, Los pazos de Ulloa (1886). Historia y naturaleza, religiosidad medieval y paganismo, violencia y sensualidad, feudalismo y barbarie, ciudad y campo, son los elementos temáticos que la novelista combina en un panorama muy bien trabado de la vida rural gallega, en la que intervienen también factores económicos, políticos y eclesiásticos. La madre naturaleza (1887) es el relato de una atracción incestuosa y prolonga algunos de los personajes de su novela anterior. Insolación y Morriña, ambas de 1899, suponen el final de su periodo naturalista. La influencia de la novelística rusa, planteada teóricamente en su ensayo La revolución y la novela en Rusia (1887), queda patente en sus novelas La quimera (1905) y La sirena negra (1908). Su labor como crítica también fue importante. La cuestión palpitante (1882-1883) es una colección de artículos —algunos de los cuales ya había publicado en revistas— en los que trata de explicar su posición ante el naturalismo y provocó un gran escándalo. Era una mujer noble, católica y casada, y la sociedad puritana de la época no entendía ni aprobaba que defendiera los planteamientos de Zola pues aunque criticara las cuestiones antirreligiosas
jueves, 17 de enero de 2008
Un cuento de Andersen
Dani Carrillo y David Guerrero nos remiten este cuento de Andersen para el blog, junto con una preciosa foto sobre el Ave Fénix. Este pájaro mítico moría todos los años consumido en llamas y al cabo de poco tiempo volvía renacer de sus propias cenizas, por lo que es un símbolo de la renovación continua de los seres humanos, así como del enriquecimiento espiritual y cultural.
En el jardín del Paraíso, bajo el árbol de la sabiduría, crecía un rosal. En su primera rosa nació un pájaro; su vuelo era como un rayo de luz, magníficos sus colores, arrobador su canto.
Pero cuando Eva cogió el fruto de la ciencia del bien y del mal, y cuando ella y Adán fueron arrojados del Paraíso, de la flamígera espada del ángel cayó una chispa en el nido del pájaro y le prendió fuego. El animalito murió abrasado, pero del rojo huevo salió volando otra ave, única y siempre la misma: el Ave Fénix. Cuenta la leyenda que anida en Arabia, y que cada cien años se da la muerte abrasándose en su propio nido; y que del rojo huevo sale una nueva ave Fénix, la única en el mundo.
El pájaro vuela en torno a nosotros, rauda como la luz, espléndida de colores, magnífica en su canto. Cuando la madre está sentada junto a la cuna del hijo, el ave se acerca a la almohada y, desplegando las alas, traza una aureola alrededor de la cabeza del niño. Vuela por el sobrio y humilde aposento, y hay resplandor de sol en él, y sobre la pobre cómoda exhalan, su perfume unas violetas.
Pero el Ave Fénix no es sólo el ave de Arabia; aletea también a los resplandores de la aurora boreal sobre las heladas llanuras de Laponia, y salta entre las flores amarillas durante el breve verano de Groenlandia. Bajo las rocas cupríferas de Falun, en las minas de carbón de Inglaterra, vuela como polilla espolvoreada sobre el devocionario en las manos del piadoso trabajador. En la hoja de loto se desliza por las aguas sagradas del Ganges, y los ojos de la doncella hindú se iluminan al verla.
¡Ave Fénix! ¿No la conoces? ¿El ave del Paraíso, el cisne santo de la canción? Iba en el carro de Thespis en forma de cuervo parlanchín, agitando las alas pintadas de negro; el arpa del cantor de Islandia era pulsada por el rojo pico sonoro del cisne; posada sobre el hombro de Shakespeare, adoptaba la figura del cuervo de Odin y le susurraba al oído: ¡Inmortalidad! Cuando la fiesta de los cantores, revoloteaba en la sala del concurso de la Wartburg.
¡Ave Fénix! ¿No la conoces? Te cantó la Marsellesa, y tú besaste la pluma que se desprendió de su ala; vino en todo el esplendor paradisíaco, y tú le volviste tal vez la espalda para contemplar el gorrión que tenía espuma dorada en las alas.
¡El Ave del Paraíso! Rejuvenecida cada siglo, nacida entre las llamas, entre las llamas muertas; tu imagen, enmarcada en oro, cuelga en las salas de los ricos; tú misma vuelas con frecuencia a la ventura, solitaria, hecha sólo leyenda: el Ave Fénix de Arabia.
En el jardín del Paraíso, cuando naciste en el seno de la primera rosa bajo el árbol de la sabiduría, Dios te besó y te dio tu nombre verdadero: ¡poesía!
El Ave Fénix
Hans Christian Andersen
En el jardín del Paraíso, bajo el árbol de la sabiduría, crecía un rosal. En su primera rosa nació un pájaro; su vuelo era como un rayo de luz, magníficos sus colores, arrobador su canto.
Pero cuando Eva cogió el fruto de la ciencia del bien y del mal, y cuando ella y Adán fueron arrojados del Paraíso, de la flamígera espada del ángel cayó una chispa en el nido del pájaro y le prendió fuego. El animalito murió abrasado, pero del rojo huevo salió volando otra ave, única y siempre la misma: el Ave Fénix. Cuenta la leyenda que anida en Arabia, y que cada cien años se da la muerte abrasándose en su propio nido; y que del rojo huevo sale una nueva ave Fénix, la única en el mundo.
El pájaro vuela en torno a nosotros, rauda como la luz, espléndida de colores, magnífica en su canto. Cuando la madre está sentada junto a la cuna del hijo, el ave se acerca a la almohada y, desplegando las alas, traza una aureola alrededor de la cabeza del niño. Vuela por el sobrio y humilde aposento, y hay resplandor de sol en él, y sobre la pobre cómoda exhalan, su perfume unas violetas.
Pero el Ave Fénix no es sólo el ave de Arabia; aletea también a los resplandores de la aurora boreal sobre las heladas llanuras de Laponia, y salta entre las flores amarillas durante el breve verano de Groenlandia. Bajo las rocas cupríferas de Falun, en las minas de carbón de Inglaterra, vuela como polilla espolvoreada sobre el devocionario en las manos del piadoso trabajador. En la hoja de loto se desliza por las aguas sagradas del Ganges, y los ojos de la doncella hindú se iluminan al verla.
¡Ave Fénix! ¿No la conoces? ¿El ave del Paraíso, el cisne santo de la canción? Iba en el carro de Thespis en forma de cuervo parlanchín, agitando las alas pintadas de negro; el arpa del cantor de Islandia era pulsada por el rojo pico sonoro del cisne; posada sobre el hombro de Shakespeare, adoptaba la figura del cuervo de Odin y le susurraba al oído: ¡Inmortalidad! Cuando la fiesta de los cantores, revoloteaba en la sala del concurso de la Wartburg.
¡Ave Fénix! ¿No la conoces? Te cantó la Marsellesa, y tú besaste la pluma que se desprendió de su ala; vino en todo el esplendor paradisíaco, y tú le volviste tal vez la espalda para contemplar el gorrión que tenía espuma dorada en las alas.
¡El Ave del Paraíso! Rejuvenecida cada siglo, nacida entre las llamas, entre las llamas muertas; tu imagen, enmarcada en oro, cuelga en las salas de los ricos; tú misma vuelas con frecuencia a la ventura, solitaria, hecha sólo leyenda: el Ave Fénix de Arabia.
En el jardín del Paraíso, cuando naciste en el seno de la primera rosa bajo el árbol de la sabiduría, Dios te besó y te dio tu nombre verdadero: ¡poesía!
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